jueves, 21 de julio de 2016

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El cortometraje español que ha hecho historia ganando la Palma de Oro en Cannes (de momento, se auguran muchos premios), es un acierto total. Un corto mezcla de varios géneros: comedia, social, romántico, musical, e incluso al principio diríamos que podría ser un thriller. Y todo funciona a la perfección.


Comienza de una forma realista e incluso feísta, no hay lugar más triste que un parking, con una verdosa iluminación de tubos fluorescentes, dos personajes poco atractivos (no hay vestimenta menos favorecedora que el uniforme de guarda) y antipáticos, y no hay imágenes más feas que las grabadas por una cámara de seguridad.
Hay un pequeño misterio sobre un faro de un cliente roto que se resuelve bien pronto, con inesperado humor... y como se ha roto el faro es el motor de este corto, que da lugar a una fría historia de amor/desamor con esa ironía a la que nos tiene acostumbrado el cine nórdico y que tan poco se ve en España. El ritmo (de cada secuencia) y el humor mezclados con la soterrada crítica social y ese empeño en retratar la soledad e incomunicación del mundo actual nos trae a la mente a Aki Kaurismaki.
Pero la original trama, su forma de jugar con las cámaras y los códigos de tiempo, y el ritmo de la historia en sí le dan un toque más moderno y personal que nos puede recordar a películas americanas donde todo encaja.



Cuando ya nos ha cautivado el director con unos personajes que cada vez nos parecen más atractivos por su sensibilidad y personalidad (a destacar el especial carisma de Lali Ayguadé) nos damos cuenta que saca una especial belleza de lo que antes veíamos feo. La luz y los colores del parking se integran en una paleta muy bien combinada, las imágenes de las cámaras se antojan modernas y con ese punto de voyeur que sabe tratar muy bien, la pantalla partida, la música y sobre todo la danza moderna crean unos preciosos instantes de arrebatadora belleza y romanticismo. 

La otra "pareja" formada por Vicente Gil y Pep Domenech (que completan un perfecto reparto) nos vuelven a traer a la realidad casposa y ruin de nuestra España. Pero con humor.

Una obra maestra a la que encima perdonamos un garrafal fallo de guión (los dos protagonistas, como aquellos de Lady Halcón, apenas deberían coincidir unos segundos al día, y en un lugar distinto). Pero lo perdonamos ya que esa incongruencia lleva al corto a una nueva cota de expresividad estética.
Esperamos con ansia nuevos trabajos de Juanjo Giménez y que sean tan redondos como esta maravilla.

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